Hoy dedicamos este espacio a seguir viajando con nuestros sentidos y lo hacemos a ritmo de sonidos, los de Madrid, los de nuestra gran ciudad, ahora confinada. Pepo Paz Saz, escritor y periodista especializado en viajes, pone letras a estos sonidos y describe cada rincón, las calles más significativas y los espacios en los que los madrileños -los de siempre- y los que vienen de paso y se quedan aquí -y son ya tan madrileños como los primeros- trabajan, viven y disfrutan. Ya hizo este viaje hace un tiempo, y busco cada rincón de la capital para mostrarnos y contarnos sus secretos, mientras que el pintor Fernando Blasco lo ilustraba con 80 bellísimas acuarelas, y así nació Acuarelas de viaje. Madrid , un libro para escaparnos y desear que Madrid vuelva a ser la de siempre, la bulliciosa y llena de vida, la que nunca duerme, la que recibe a todos.

 

ECOS DE VIDA EN MADRID. PAISAJE SIN FIGURAS

Texto: Pepo Paz Saz
Ilustraciones: Fernando Blasco

 

Despojados por decreto del sentido del tacto, me asomo al balcón sobre el rompecabezas de tejados y azoteas del viejo Madrid y oteo en silencio un horizonte desigual de velux y ropas tendidas en las azoteas. Estos días, con la ciudad confinada, todas las mañanas parecen la misma. Como si siempre fuera domingo y a los vecinos les costara desperezarse tras una larga madrugada de celebración. Abro el balcón y Madrid dormita, perezosa, una resaca de semanas.

Liberada del tráfico atronador, del incesante ir y venir de furgonetas y motocicletas, del envite metálico contra el asfalto de los bidones de cerveza y de las bombonas de butano, del tableteo de los operarios que horadan el asfalto con sus perforadoras desde bien temprano, la ciudad es a primera hora de la mañana un bullicio de primavera entre el alegre trino de los gorriones que se apostan en los canalones como vigías en la cofa de su navío y el zureo de las bandadas de palomas que, poco a poco, colonizan el espacio expropiado por el virus a los paseantes. Aguzo el oído y cada sonido parece recobrar un significado primigenio: el tintineo del llavero que esgrime un vecino al regresar de la panadería y la melodía que silba otro mientras su perro olisquea la esquina. Me llega el golpe amortiguado de un palo sobre el lomo de una alfombra colocada sobre una barandilla. Y el eco de voz de una locutora de radio que rebota en el angosto laberinto de callejas del barrio. La ciudad es un paisaje sin figuras que, tarde o temprano, renacerá de sus cenizas.

A medida que avanza el día, sin embargo, la ciudad va recobrando cierto tono vital. El sol restalla en los ventanales, las sombras se endurecen y los sonidos se desdoblan y transmiten familiaridad. Una pareja charla con sus vecinos de la acera contraria. La carcajada de una joven, henchida de vida, quiebra por un momento un rumor de pasos: la mujer sujeta con una mano el móvil por el que habla y, con la otra, la correa de su collie. Alguien está escuchando un vinilo: la ópera-rock de Jesucristo Superstar que seguramente compró en alguna tienda del Rastro semanas atrás.

Recuerdo entonces el paseo dominical desde el barrio de Las Letras hasta la plaza de Cascorro y la Ribera de Curtidores: el oleaje de las voces en las terrazas abarrotadas de la plaza de Santa Ana, el bullicio de los puestos de flores en Tirso de Molina, los remolinos de gente frente a los músicos callejeros. Es un paseo que sabe a patatas fritas y a caracoles. A bocata de calamares fritos. El itinerario tiene dos alternativas: regresar por la Cebada hacia la calle Toledo y la Cava Alta, enfilando por la Plaza Mayor y Sol; mezclarse con un barullo de personas que deambulan sin destino por el Madrid de los Austrias o hacerlo por las adustas y solitarias calles que se internan en el Lavapiés joven y multicultural, casi desierto a esas horas.

La sobremesa ofrece a través del plasma de la televisión las imágenes de las avenidas desiertas: el downtown de la Castellana, visto desde Nuevos Ministerios, muestra un perfil inhóspito. Madrid Río, es ahora un parque lineal sediento de voces infantiles y de deportistas. La T-4 muda, sin ecos viajeros. Hojeo las acuarelas de Fernando Blasco: en contraposición, ofrecen un conjunto de paisajes urbanos repletos de figuras. De vida. Son gentes cazadas in fraganti por la retina del acuarelista igual que si los hubiera pillado la cámara del utilitario del Street View de Google Maps Son los habitantes de la villa y corte, figurantes anónimos de un escenario que anhelamos volver a transitar cuanto antes.