Texto: Antón Pombo
Ilustraciones: Zacarías Cerezo
Muchos viajeros o peregrinos pintores nos han dejado su visión de la ruta, cada cual desde su peculiar formación y óptica. Recuerdo especialmente la obra, hoy un clásico, del japonés Ikeda Munehiro, precursor en los ya lejanos años 80 que introdujo un soplo de aire fresco, con la publicación de sus más de 400 dibujos, en la entonces bastante rancia y tópica bibliografía jacobea.
Siempre he admirado aquellos dibujos, y es por ello que ahora me he sentido feliz al poder acompañar a otro maestro acuarelista, en la estela de otros tantos que hicieron el Camino y plasmaron con el pincel su memoria, en su mayoría por afición y en el anonimato, pero algunos también a través de exposiciones, libros o catálogos.
En nuestra Acuarela de viaje dedicada al Camino de Santiago, Zacarías Cerezo ha logrado trasladar, desde la rauda composición que permite esta, para mí, tan difícil técnica de la acuarela, el alma imperecedera de la ruta. Lo ha conseguido tanto a través de la estática de sus monumentos, en la solidez del gran edificio y la humildad de la arquitectura popular, como en la dinámica de los paisajes con figurantes del presente, unos protagonistas que somos, ni más ni menos, que nosotros mismos, los peregrinos.
Sin figuras el paisaje estaría incompleto, sin letras sería un Camino arqueológico ininteligible, sin testimonio pictórico perdería gran parte de su memoria emocional (la fotografía es un recurso con menor carga interpretativa), y sin libros en papel, para admirar y acariciar texturas que evocan el original pintado, nos tendríamos que contentar con fríos registros codificados en vitriólicas pantallas.
Cuando el peregrino de vocación se ve obligado a reposar, aguardando esa primavera que ha de regresar en breve, este libro de acuarelas no solo es un consuelo, sino una pieza delicada que ha de generar recuerdos entre la satisfacción del anhelo cumplido y la nostalgia que el paso del tiempo acentúa, pero también esperanzas sobre la pronta realización de una travesía por la senda de las estrellas, esa vía que parte del Pirineo y muere en Compostela y el Finisterre, ese Camino que siempre colma las aspiraciones de quienes en él han sabido integrarse.