Hoy parece fácil llegar a cualquier destino por un camino desconocido. Basta con indicarlo en el gps del móvil o el coche y seguir las instrucciones del navegador. Aun así, muchos nos seguimos perdiendo o damos rodeos inútiles.
Anne Morrow vivía ajena a estas cuestiones. Había nacido en 1906 en el seno de una familia acomodada. Su padre, Dwight W. Morrow, era un rico banquero de Wall Street, y su madre, Elizabeth Reeve Cutter, una conocida poeta y una firme defensora de la educación de la mujer que llegó a ser la primera presidenta del Smith College, una prestigiosa universidad femenina fundada en 1871 y por cuyas aulas han pasado algunas de las mujeres más influyentes del siglo XX. Reeve Cutter se graduó en el Smith College y su hija no iba a ser menos. Anne Morrow ya había ganado dos premios literarios cuando se licenció en Filosofía y Letras en 1928 y era evidente que le esperaba un gran futuro como escritora, hasta que un aviador se cruzó en su camino.
Mientras ella estudiaba, Charles Lindbergh cruzaba el Atlántico a bordo del Spirit of St. Louis. No fue el primero en surcar el océano a bordo de un aeroplano, pero sí en hacerlo sin escalas, y además en solitario. La gesta despertó el interés del gran público por la aeronáutica, las acciones de las primeras compañías aéreas se dispararon, y Lindbergh se convirtió en el mejor embajador de la aviación comercial. Porque no bastaba con tener aviones y pasajeros, había que saber por dónde volar para llegar a un determinado destino de la forma más rápida y segura posible. Y, en eso, el cielo era un mapa en blanco.
Tras volver a su país convertido en un héroe, Lindbergh siguió volando, hambriento de nuevos récords: el 27 de julio despegó de Long Island y en los siguientes 95 días visitó 48 estados a bordo del Spirit of St. Louis. En cada escala, Lindbergh pronunciaba un breve discurso sobre el gran futuro de la aviación comercial. Pocas semanas después de concluir su periplo americano, inició otra travesía que le llevó a recorrer 16 países latinoamericanos. El promotor de esta última aventura era Dwight Morrow, que había cambiado las finanzas por la política y acababa de ser nombrado embajador de Estados Unidos en México. Y fue allí donde Anne conoció a Charles Lindbergh. El impacto fue mutuo: ella se enamoró de un joven que ya era un mito, y él encontró una compañera dispuesta a seguirle en sus aventuras.
Su boda ocupó las portadas de los principales periódicos norteamericanos y de medio mundo, y la mayor parte de sus primeros años de matrimonio transcurrieron en un avión. Anne Morrow aprendió a pilotar (fue la primera mujer en obtener la licencia de piloto) y acompañó a Charles en sus vuelos para trazar nuevas rutas para las aerolíneas comerciales en calidad de copilota, navegante, radiooperadora, y también escritora. Las crónicas de sus vuelos desde Canadá y Alaska hasta Japón y China dieron pie a su primer libro, North to the Orient, al que siguió el relato de los más de cinco meses que pasaron volando en 1931, trazando nuevas rutas entre Norteamérica y Sudamérica, publicado bajo el título de Listen! The Wind. En 1933, Anne Morrow fue condecorada por los vuelos sobre el Atlántico que realizó con su marido. Un año después, la National Geographic Society le otorgó su medalla de oro, la primera que concedía a una mujer, por haber sumado más de 40.000 millas de vuelos exploratorios en los cinco continentes.
Los Lindbergh fueron la pareja más famosa del mundo en los años treinta, y no solo por sus gestas aéreas. El secuestro y posterior muerte de su hijo primogénito, más la detención, juicio y condena a muerte de su presunto asesino, Bruno Richard Hauptmann, los convirtió en protagonistas durante años del que fue conocido como «el crimen del siglo», un trauma del que el matrimonio no se recuperó nunca, a pesar de que tuvieron otros cinco hijos. Tampoco ayudó que Charles Lindbergh declarara su admiración por Hitler (y en eso Anne lo secundó, aunque luego se retractó) y que defendiera el aislacionismo de Estados Unidos frente a la guerra que se estaba fraguando en Europa. El gran héroe americano cayó en desgracia, fue acusado de pronazi y antisemita, y su figura ya nunca recuperó el brillo del pasado, aunque siguió vinculado a la industria aeronáutica hasta su muerte, en 1974.
Charles y Anne siguieron casados, pero se distanciaron paulatinamente y ella a punto estuvo de romper su matrimonio tras enamorarse de otro famoso aviador, Antoine de Saint-Exupéry. Sí, el autor de El principito, fallecido en 1944. Tras la Segunda Guerra Mundial, la carrera literaria de Anne Morrow Lindbergh despegó con fuerza y publicó numerosos artículos, libros de poemas y ensayos filosóficos, entre ellos Regalo del mar (1955), su obra más conocida y la única traducida al castellano, un ensayo sobre la condición femenina que inspiró a las mujeres de su generación.
En 1993, la asociación Women in Aerospace (WIA), que agrupa a las profesionales relacionadas con la industria aeroespacial, le concedió un premio honorífico por su contribución al desarrollo de la aeronáutica. Por entonces, Anne Morrow vivía retirada en Vermont, donde publicó sus últimas obras, en forma de diarios. Su vida se fue apagando hasta su muerte, en 2001, pero dejó tras de sí una de las biografías más épicas y agitadas del siglo XX. Y su legado permanece vivo, pues los vuelos que cruzan a diario el Atlántico aún siguen las rutas que trazaron Anne Morrow y Charles Lindbergh, cuando el cielo era solo suyo.
Texto: Olga García