Texto de Olga García

«Jamás he considerado que mi sexo fuera un obstáculo; nunca me he topado con una dificultad que una mujer, igual que un hombre, no pudiera superar». Son palabras de Harriet Chalmers Adams, y las dijo hace cien años.

La chispa que prendió la mecha aventurera de Harriet Chalmers Adams saltó a partir de un viaje a México que hizo junto a su marido, Franklin Pierce Adams. Corría el año 1900 cuando a esta californiana veinteañera se le despertaron las ansias por descubrir el mundo y contar sus experiencias.

Con el tiempo, Harriet se pateó en solitario América del Sur, atravesó los Andes a caballo, llegó a Alaska, escribió sobre Siberia, Etiopía, Egipto , Japón, Filipinas… Sin embargo, su figura ha quedado sepultada por el peso de los hombres que hicieron historia en el terreno de la exploración, y hoy casi nadie conoce la labor científica y periodística que Chalmers desarrolló durante tres décadas. Se dice de ella que fue la exploradora que más millas acumuló en sus pies. Se interesó por la antropología, la historia, la arqueología y otras materias científicas en una época en que las mujeres apenas viajaban con fines profesionales y, si lo hacían, debían lidiar con el desprecio de los hombres.

Harriet Chalmers comenzó su carrera periodística publicando reportajes, acompañados de espléndidas fotografías, en The National Geographic Magazine. Desde niña fue su gran ilusión viajar a Cuzco  y ver la grandiosidad del lago Titicaca y los vestigios de la civilización inca. Era solo cuestión de tiempo que se atreviera a navegar por el Orinoco o a recorrer en tren los 1.500 kilómetros que separan Buenos Aires  de Valparaíso.

Si bien es cierto que se le permitió ingresar en la Royal Geographical Society británica, sus compatriotas le cerraron las puertas. Todo su bagaje profesional no impresionó a los fundadores del selecto Explorers Club, con sede en Nueva York . Ella era una mujer y, por tanto, le estaba vedado el acceso. El rechazo a la admisión de mujeres como miembros de este club dio pie a la fundación de la Society of Woman Geographers en 1925, un proyecto en el que Harriet Chalmers se involucró de lleno. Ocupó el cargo de presidenta durante varios años, en los cuales la bandera de la Sociedad, creada para hacer visible la presencia de las mujeres en las expediciones científicas, ondeó en las manos de personalidades tan célebres como Amelia Earhart o Margaret Mead, y en lugares tan remotos como la cumbre del Kilimanjaro o Nueva Guinea. La labor que realiza esta Sociedad continúa vigente en nuestros días, dado que, por desgracia, sigue siendo necesaria.

Harriet fue además corresponsal en Europa durante la Primera Guerra Mundial para Harper's Magazine: la primera mujer a la que se le permitió trabajar en primera línea, a pie de trinchera. Tras la guerra, Harriet Chalmers regresó a sus expediciones por el mundo y siguió publicando para la revista de la National Geographic. Falleció en 1937 en Niza (Francia), y su marido se llevó sus cenizas a California , su tierra natal, donde descansan.

Mamá, ¡yo quiero ser Harriet!”