Texto: Fabián C. Barrio.
Tal vez una de las experiencias más intensas y surrealistas que puede vivir un viajero es visitar México el Día de los Muertos. Porque una vez allí, contemplando y siendo partícipes del fervor popular que mantiene viva la llama de las tradiciones en honor a los antepasados como pocos pueblos de la tierra, es posible comprender un poco mejor el carácter mexicano, capaz de encontrar vida, celebración y alegría incluso en algo tan triste como es la muerte. Sin visitar México en el Día de los Muertos, no es posible entender, por ejemplo, por qué cantaban Cielito Lindo mientras desescombraban el Ciudad de México tras uno de los terremotos más devastadores del siglo, o por qué uno de sus iconos más reconocibles, la Catrina, es una calavera multicolor.
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El Día de Muertos se celebra en México desde hace muchos siglos. Hay constancia de que la civilización Maya, Puréchepa y Totonaca conservaban las calaveras de los antepasados y los veneraban en rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. Entonces, las celebraciones se prolongaban un mes entero. Hoy, si bien los días grandes son el 1 –dedicado a los niños- y el 2 –a los adultos- de noviembre, México entero se retuerce de expectación semanas antes.
La tarde del 31 de octubre, los cementerios de todo el país empiezan a inundarse de una marabunta de gente que se afana en limpiar y decorar las tumbas. No es infrecuente observar familias celebrando un picnic y grupos de mariachis ofreciendo sus servicios. El pulque pasa de mano en mano, se canta, se reza, se ríe, se llora. En la prensa se publican calaveritas, versos satíricos en los que la muerte amenaza con llevarse a políticos o figuras públicas. Los mercados se pueblan de calaveritas de azúcar, de chocolate y amaranto. Las tumbas se inundan de girasoles y de cempasúchitl. Todo México bulle de actividad.
Al día siguiente, toda familia mexicana que se precie habrá montado el altar, un portal de comunicación entre los ancestros y los vivos. La flor de tagete es símbolo del resplandor del sol, e inunda de vida el altar. Se ofrece en él el pan de muerto, se disponen cirios, comida, vasos de agua, pulque, tequila, cigarrillos y juguetes para que a los más pequeños no les falte de nada en el más allá. Cada altar cuenta con los retratos de las personas homenajeadas. Alrededor del altar se recuerda cómo fueron en vida, se sufre su ausencia, pero sobre todo se disfruta de pequeñas anécdotas cotidianas. Cómo cayó en la acequia, cómo se peleó con un burro, lo aplicada que era en la escuela, sus manos frías pero acogedoras.
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Es en este día cuando los mexicanos toman las calles, en una celebración desatada que durará dos jornadas de desfiles, procesiones, fiestas, murgas, conciertos y exposiciones.
Pero sabemos que no todo el mundo tiene el privilegio de vivir un momento tan irrepetible en un lugar tan mágico. Así que si quieres traerte México a casa y vivirlo intensamente reproduciendo su aroma, sus sonidos y su color, aquí tienes algunas recomendaciones.
Decoración
El papel picado es a la fiesta mexicana lo que el Paquito Chocolatero a las bodas españolas. No se concibe una celebración sin él. En el aniversario de la Independencia, en banquetes, en fiestas de quinceañeras, comuniones o bautizos se pueden ver toneladas de papelitos picados ondeando al viento. En el Día de los Muertos, los papeles incluyen imágenes de esqueletos, como no podía ser menos. Sin embargo, los colorines del papel no son tan aleatorios como pudiera parecer: el papel blanco se suele emplear para los niños difuntos, el negro para los adultos, y el morado para el luto en general. Lo que pudiera parecer una forma naïf de celebrar la vida enraíza en realidad de forma profunda con el sentir mexicano a través de la tradición histórica: ya los aztecas empleaban hojas de morera y corteza de higuera para fabricar un papel áspero llamado amatl. En la actualidad se elabora con papel tisú perforado con troqueles denominados fierritos.
Si te animas a complementar la decoración con unas velas, puedes probar a elaborar candilitos fáciles y muy divertidos.
Móntate una sesión de cine
Pero si no es posible estar en México ese día, podemos celebrarlo sin salir de casa.
El Día de los Muertos es una celebración visualmente muy chocante, y por ello en el mundo del cine encontramos muchas referencias. Quizá la más popular sea la película de James Bond Spectre en la que el espía británico debe desarrollar una misión en Ciudad de México durante una procesión, precisamente, el 1 de noviembre. En esta ocasión, la capacidad de Hollywood para estilizar/caricaturizar/exagerar la realidad alcanza límites que rozan el paroxismo.
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Hay dos películas, sin embargo, que tratan el Día de los Muertos con especial dulzura, respeto, ternura y muestran la devoción del pueblo mexicano para con sus difuntos. La primera es El Libro de la vida del director mexicano Jorge “Macho” Gutiérrez. La segunda, más popular, es Coco. Producida por Disney y Pixar, simboliza la irrupción definitiva e incuestionable de los latinos en el otrora endogámico ecosistema WASP de la industria cinematográfica.
Come lo que hay que comer
El Día de Muertos es una celebración familiar, y aunque no alcanza las cotas de épocas como la Navidad, cuenta en su haber con platos memorables que se preparan únicamente en esta época. Quizá el plato más conocido, porque está en todas las fotos y en todas las guías de viaje, sean las calaveritas de azúcar. Las más reputadas se venden en Toluca y decoran los pequeños altares que luego se emplearán para rendir homenaje a los difuntos, o se depositan en las tumbas. El nombre del finado se escribe en la frente de la calavera.
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También hay que recordar aquí el pan de muerto, un bollo redondo con un cráneo –representado por una simple bolita de masa– y cuatro huesos cruzados en su parte superior. Los cuatro huesos tienen un profundo simbolismo que tiene su origen en la cultura precolombina, y representan los cuatro rumbos del Nahuolli, el Universo mismo. Cada región de México lo prepara de un modo distinto: en Ciudad de México es un simple pan espolvoreado de azúcar de colores, en Oaxaca es un pan de yema, en Puebla se amasa con ajonjolí, en Cancún se le añaden deditos que brotan de la masa, como si el muertesito estuviera atrapado en su interior e intentara emerger de su tumba.
En el estado de Tabasco, uno de los más hermosos del país, se suele cocinar en familia el uliche, también conocido como mole blanco, un guiso de gallina vieja con un caldo untuoso elaborado con masa de maíz, ajo, chile y perejil.
Para beber, hay que tomar pulque. Esto no es negociable. El pulque –y no el tequila– debería ser la bebida oficial de México. Proviene de la fermentación del mucílago y el ágave y se consume desde la época prehispánica. En esta ocasión, no hay receta fácil, habrá que comprarlo en el supermercado latino más cercano. Como curiosidad, los mexicanos dicen “¡pulque!” al hacerse las fotos como aquí decimos “patata”.
Ambientación musical
Si hay una canción que representa como ninguna la melancolía, el fervor y el espíritu siniestro de esta celebración, ésa es La Llorona.
La Llorona a la que hace referencia es en realidad un espectro del folklore de Latinoamérica, que proviene directamente de la diosa zapoteca de la muerte Xonaxi Queculla. Se la ve vagar por los ríos, las acequias y los caminos, llorando por toda la eternidad por haber asesinado a sus hijos. Entre lamentos de ultratumba, atemoriza a niños y mayores por igual. Algo más reciente pero también bastante creepy es La Muerte Chiquita, del grupo mexicano Café Tacvba. El grupo se caracteriza por mezclar sonidos de rock con historias, leyendas y sonidos de la cultura popular de su país.
Pero el Día de Muertos no es solo melancolía, es también, paradójicamente, una celebración de la vida. Así que aquí te dejamos dos skas: la famosa Calaveras y Diablitos, del grupo argentino Los Fabulosos Cadillacs, y El Día de Muertos de los mexicanos Nana Pancha.
Por cierto, si usas Spotify, te hemos preparado una playlist con estas y otras muchas canciones que te ayudarán a animar la velada.