De camino a Reno y con mi nuevo compañero Greg
La primavera en las Rocosas es fría, con una climatología brusca y poco predecible, más lluviosa, ventosa y fría cuanto más al norte. Tenía la intención de llegar a Reno en cuatro días, aunque no las tenía todas conmigo. Al cabo de dos días, me encontré con Greg, un ciclista norteamericano bastante peculiar que viajaba en bici en mi misma dirección. Era bastante gracioso verme a mí, abrigado hasta las orejas, y a él, sonriendo, con un short. Greg me enseñó bastantes cosas para economizar en este país, como por ejemplo a buscar Internet gratis en las bibliotecas o a comprar comida barata en los Dollar store, una especie de todo a 100 con venta de comida incluida, latas de judías, embutido, cereales… ¡Todo a 1 $ la unidad! Justo lo que necesitaba.
Si queréis vernos pedalear de camino a Reno, no dejéis de ver este vídeo.
El primer día Greg y yo hicimos noche en una reserva india cerca de Schurz, que no era otra cosa que una gasolinera y cuatro cabañas en ruinas. Greg preguntó a los indios de aquel lugar si podíamos pasar la noche en las cabañas y así lo hicimos.
Al día siguiente, a nuestro paso por el Walter Lake nos cruzamos con venados y cabras salvajes, y dormimos en un granero abandonado que había junto a la carretera. Greg decidió quedarse en Fallon y descansar; yo preferí continuar hasta Reno. Estaba nevando con intensidad y continuó así toda la noche. Buscar cobijo en una ciudad grande es difícil, así que me dirigí a la fire station. Rápido comprendí que esto no es Latinoamérica: «Imposible dentro del recinto –me dijeron–. Puedes acampar ahí enfrente». Por la mañana me obsequiaron con un café y listo…
Buscando dónde acampar en el estado de California
Había atravesado el estado de Nevada por completo y ese día entré en el norte del de California. Es curioso cómo cambia el paisaje: empezaron a surgir ríos, lagos y montañas cubiertas de pinos. Hasta llegar al Plumas National Forest, cada subida estaba precedida de un verde valle.
Es difícil la acampada libre por estos lares. Todo es propiedad privada, y hay que tener cuidado cuando se monta la tienda de campaña por cochambroso que parezca el sitio, no vaya a aparecer un red neck (estereotipo de individuo rural de la América profunda). Después de pedalear todo el día, no encontré un sitio que no estuviera vallado. Por suerte, a última hora me topé con una rest area, donde también está prohibido acampar, pero claro quién iba a pasar por allí a esas horas… Llevaba ya varias noches escuchando aullar a manadas de lobos o coyotes, pero aquella noche estaban más cerca. Por si acaso, alejé la comida de la tienda y la metí dentro de una de las papeleras.
Solo restaba un día más de ruta para llegar a la localidad de Alturas. No recordaba que era domingo de Pascua y, al despertar con mi tienda enfrente de la fire station, uno de los bomberos me invitó a un copioso desayuno. La parrilla estaba a tope de hamburguesas, hot dogs y huevos revueltos. ¡Fantástico para el colesterol! No os lo perdáis en mi vídeo.
Empapado en Oregon y a toda máquina hasta la frontera con Canadá
Entré en Oregon y me recibió una fuerte tormenta que me recordó que necesitaba imperiosamente un impermeable para los pies y las piernas. Pasé tres días empapándome hasta llegar a la ciudad de Bend. Allí me dirigí a una famosa tienda outdoor. Los chicos del establecimiento, al ver mi situación, ¡acabaron por regalarme la ropa! ¿De verdad, doy pena? Me gusta esto de ser «vagamundo».
En esta misma ciudad localicé a Danny, un ciclista que me recibió en su casa por dos noches. Llevábamos hablando 4 horas cuando nos dimos cuenta de que ya nos habíamos conocido un año antes en El Calafate de Argentina, cuando Danny hacía mi misma ruta, pero en sentido contrario: de Alaska a Ushuaia. ¡Es cierto! ¡Qué pequeño es el mundo!
Si queréis conocer a Danny, no os perdáis este vídeo.
De Bend a Wenatchee, ya en el estado de Washington, hay 540 km. Una vez más las Rocosas no se apiadaron de mí. Nieve, lluvia, granizo y el consabido viento me trajeron por la calle de la amargura. Estaba parado en una gasolinera tratando de calentarme las manos con un chocolate caliente, cuando aparecieron dos tipos mexicanos en un pick-up y me preguntaron qué hacía allí con ese tiempo. Yo les expliqué mi viaje y lo bien que fui recibido en Sinaloa, su tierra. Llenaron el depósito y, cuando se iban, me dijeron: «¡Agarra esta plata, pendejo! ¡Para que le des con fuerza al pedal!». ¡Eran 30 $! Aquel día la Enterprise volaba por aquellas empinadas rampas.
Camino de la frontera con Canadá, atravesé el Wenatchee National Forest, una verdadera belleza, donde pude acampar en un national campground. No es gratis pero, en esta época, todavía están cerrados ¡Imaginad una cabaña y baños en mitad de un gran bosque de coníferas para mí solo!
En la frontera canadiense de Osoyoos, puse fin a mi aventura por Estados Unidos, un país que pedaleé de sur a norte en un mes, obligado por razones económicas… Trotamundos, esto cada vez es más austero, pero mi objetivo ya está cerca. ¡Querer es poder, viajeros!