En este precioso vídeo podréis ver a vista de pájaro a Josetxo, camino de una nueva etapa por las gélidas tierras canadienses.
Atravesando la Columbia Británica canadiense: campground cerrados, rompepiernas y «cero» tiendas para el avituallamiento.
Mi instinto comprendió antes que mi cabeza cómo son las cosas en Canadá. Cuanto más al norte, más frío y horas de luz, bosques más tupidos, fauna salvaje más variada, pueblos más pequeños y pocos lugares donde encontrar comida. Allí, en el corazón verde del inconmensurable bosque, manda la Naturaleza.
Entré en Canadá por la Columbia Británica, una enorme provincia apenas poblada en su interior. Si queréis verme en directo, echad un vistazo a a mi vídeo. Como siempre busco rutas poco habituales, elegí la frontera de Osooyos. Pedaleando por esta famosa región vinícola llegué a Penticton, junto a su inmenso lago. Me aprovisioné de víveres en el supermarket todo a 1 C$ (lo único barato que encontraréis por aquí) y continué unos kilómetros buscando un lugar donde pasar la noche. Encontré un sitio antes de llegar a Peachland, un campground. Canadá dispone de una amplia red de campings públicos. Su precio puede rondar los 15 o 20 C$, pero en esta época del año están cerrados, así que metí la bicicleta por un hueco junto a la barrera de control ¡y listo!
Casi siempre me paro a preguntar a la gente, es una buena forma de enterarte de cosas que no vienen en los mapas. Me pareció escuchar varias veces la palabra uphill, pero mi oxidado inglés en principio no la recordó. Al día siguiente, cuando llevaba 50 km subiendo montañas entre picachos nevados y un frío descomunal, la recordé bien… ¡pero que muy bien! Pese a todo, conseguí pedalear 126 km y acampar finalmente junto a la pequeña localidad de Merritt. Esa noche mi tienda de campaña me recordó lo vieja que está y que ya no aguanta los chaparrones nocturnos. Acabé calado hasta los huesos.
Al día siguiente, me levanté intentando confiar en la tecnología después de mi fracaso con el inglés, y recurrí al gps (Map me app). En mi intento de evitar las montañas buscando alguna ruta alternativa, encontré algo parecido a una carretera local, y así fue en principio hasta que me topé con una placa que decía «Prohibido pasar». Si no tuviera la cabeza tan dura me hubiera dado media vuelta, pero uno es como es y claro… Acabé atravesando túneles en una vía de tren, empujando la bici más de 10 km. Por pura casualidad me encontré a un lugareño bastante borracho que me explicó cómo salir de allí y que en 20 minutos pasaría una locomotora llena de carbón… ¡You are a crazy men!
Prince George es la última ciudad reseñable en dirección norte. Allí me ofrecieron alojamiento Philip y Kathy, una pareja de ciclistas. Como en toda casa canadiense que se precie, cuentan con un garaje repleto de herramientas en el que reparan cualquier viejo cacharro que pueda reutilizarse. Supongo que en un país con tanta nieve, lluvia y frío algo tienes que hacer en casa para mantener tu cabeza ocupada… Yo ya me hubiera cortado las venas.
Una vez instalado y después de reparar la tienda con cinta americana, me dio por mirar el mapa… ¿Cómo? No hay otra ciudad importante hasta Whitehorse; eso está en el Yukon, a más de 1.600 km. Tenemos un problema con la comida, Josetxo –me dije a mí mismo–, y para colmo Philip me recordó que estábamos fuera de temporada.
Normalmente, la Enterprise pesa como un yunque de plomo, pero allí me presenté yo, en mi cadena de supermercados preferidos todo a 1 C$, y salí por la puerta con 20 kilos de comida (para 15 días), mientras en mi interior me repetía «A ver cómo arrastras esto mañana».
Saliendo de Prince George, pude ver zorros, gansos, patos y venados paseándose por las inmediaciones de la ciudad, en un intento de adaptarse a la llegada «del progreso», y cómo las compañías madereras avanzan hacia el norte con voraz apetito dejando a su paso montañas peladas listas para reforestar.
Y al vigésimo día… la suerte salió a mi encuentro
Por si tenéis curiosidad sobre cómo son mis noches en el bosque, no os perdáis mi vídeo acampando en un campground.
Las intensas lluvias de la primavera me acompañaban día sí y día también, 10 horas bajo una lluvia torrencial. No hay equipo waterproof que lo aguante, y yo ya no tenía nada seco que ponerme. Cuando llegaba la noche me desnudaba y me metía en el saco temblando e intentando entrar en calor mientras la tienda de campaña aguantaba… Pero hay días que te sonríe la fortuna y, antes de llegar a Fraser Lake, me encontré con John, propietario en condominio de unas 12 o 14 cabinets (una caseta de madera básica). Tenía todo alquilado pero siempre conserva para los cicloviajeros una cabinet en cuya entrada reza: «Cyclists welcome». Todavía estaba a 230 km del condominio, pero me motivaba mucho saber que esa noche no pasaría frío y además disfrutaría de un día de descanso después de 20 jornadas sin parar. Desde allí planifiqué mi asalto a la Cassiar Highway, un último reducto de naturaleza salvaje sin poblaciones en 800 km, donde osos negros y grizzlies campan a sus anchas. ¿Cómo le irá allí a un ciclista solitario cargado de comida? Para saber la respuesta tendréis que leer el siguiente post, mis queridos trotamundos. No os perdáis mi vídeo desde las cabinets.