Mi llegada a Nicaragua: lagos, espaguetis, pizotes, mapaches y… ¡magma!
Tras dejar atrás el Parque Nacional Santa Rosa en Costa Rica, entré en Nicaragua por el paso de Peñas Blancas, pero era ya muy tarde. Recorrí varios kilómetros sin perder de vista el enorme lago de Nicaragua, y buscando un lugar para acampar me encontré al Sr. Carlos, dueño de una hacienda de ganado. La imagen era bastante surrealista: un personaje de western con sombrero de cowboy, una enorme hebilla en el cinturón, puntiagudas botas camperas y… la música de José Luis Perales sonando de fondo en una vieja radio.
–Puedes ponerte debajo del techado –aseveró con voz firme–, pero no dejes restos de comida o vendrán mapaches y pizotes.
A la mañana siguiente, me preparé un contundente desayuno: mis legendarios espaguetis con atún. No tardaron en aparecer primero una pareja de pizotes y más tarde un tímido mapache. Estos animales, que parecen de peluche, pueden ser bastante agresivos tratándose de comida, así que les enseñé una estaca para espantarlos. Creo que entendieron rápido el mensaje.
Al poco llegué a Rivas y más tarde al embarcadero de San Jorge. Quería visitar la famosa isla de Ometepe, la más grande del lago de Nicaragua, formada casi en su totalidad por el volcán Concepción y el volcán Maderas. Es posible caminar hacia sus cráteres, bañarse entre bellas cascadas y recrearse en rústicas aldeas.
Ometepe es más grande de lo que parece; me llevó día y medio recorrer la isla. Regresé al embarcadero de San Jorge, aunque no conseguí llegar a Granada –mi siguiente destino–. Aquella noche los bomberos de la localidad de Nandaime me acogieron con una humilde cena a base de arroz, frijoles y ensalada. Buenas gentes, así son los nicas (nicaragüenses).
Granada es una ciudad colonial, limpia y pintoresca a orillas del lago, turística pero sin excesos, de paredes de adobe y colores pastel. Un lugar que te relaja casi sin que te des cuenta mientras visitas su mercado popular, y donde la sonrisa es la norma.
Me quedé en Granada varios días visitando las isletas del lago, que se formaron a partir de materiales procedentes del volcán Mombacho. También visité el lago Apoyo y practiqué un poquito de kayak, pero lo que yo quería en realidad era tener la ocasión de ver magma. El lugar perfecto es el volcán Masaya, un poco mas turístico de lo habitual y con ciertas restricciones debido a los gases que emanan del cráter. Es posible ver el magma emergiendo de la tierra si lo visitas de noche. Todo un espectáculo de la Naturaleza.
Pedaleando por Honduras y El Salvador
Desde Granada continué ruta hacia el norte. Es un verdadero placer llegar a una aldea y comprobar que cualquier vecino te recibe en su casa acogiéndote como a uno más de la familia. Y de esta forma, llegué a la frontera con Honduras. Las ventanillas estaban atestadas de cientos de personas que no guardaban orden alguno. Un acceso colapsado de vehículos y cuatro policías aduaneros de mirada aburrida y sudados de arriba a bajo. Me llevó 10 minutos comprender cómo funcionan las cosas aquí y 5 dólares extras que coloqué entre las páginas del pasaporte. Unos minutos después ya estaba pedaleando por Honduras.
No puedo aconsejar a ningún ciclista que pedalee en solitario por Honduras ni tampoco por mi siguiente objetivo, El Salvador; la tensión y un cierto feeling de inseguridad se palpan en el ambiente. Aunque también tengo que decir que tampoco puedo desaconsejarlo, ya que la gente fue muy cariñosa y no tuve ningún problema.
Los 140 kilómetros que me separaban hasta la frontera con El Salvador los cubrí al día siguiente. Esa noche el padre Ramón, párroco de una aldea próxima a la ciudad hondureña de San Lorenzo, me recibió en su casa. Y también él, como muchas otras personas, me advirtió de la auténtica guerra que se libra entre las maras y los cuerpos de seguridad.
Entré en El Salvador por la tarde y llegué a la ciudad de La Unión, donde la policía me acogió por esa noche. La siguiente jornada transcurrió por la ruta del litoral, una bella carretera llena de volcanes y vegetación por doquier. La zona está bastante militarizada y el calor es agobiante pero, pese a todo, conseguí llegar a Zacatecoluca de noche. El agente Gómez me dijo que las cuatro comisarías de esta pequeña ciudad estaban abarrotadas de pandilleros, debido a que ya no queda espacio en las cárceles. En Zacatecoluca llevaban presos varios años unos 200 tipos de la mara «Barrio 18». Con más voluntad que medios, los policías me hicieron un hueco entre un par de mesas de la comisaría para poder dormir. Un tremendo barullo que salía de las celdas y cánticos que no adivinaba a entender, junto con la emisora del agente Gómez, hacían difícil conciliar el sueño, que, poco a poco, se apoderó de mí: «Politraumatismo en la calle tal…, herida de bala en la calle tal… Corto y cambio». Dulces sueños, Trotamundos, así es la aventura.
Y si quieres ver al Pájaro en pleno pedaleo por tierras hondureñas, no te pierdas este vídeo.